miércoles, 19 de marzo de 2014 • 13:18 • 0 Comment(s)
La presencia de seres fantasmales que lloran en los ríos por motivos diversos es una característica recurrente de la mitología aborigen de los pueblos prehispánicos.
Es así como pueden encontrarse rasgos de estos espectros en varias de
las culturas precolombinas, que eventualmente, con la llegada de los conquistadores
españoles, fueron asumiendo rasgos comunes gracias a la expansión del
dominio hispánico sobre el continente. La leyenda es una historia que
posee referentes míticos en el universo prehispánico, pero que instaura
su drama y su cortejo imaginario y angustiante en el orden colonial.1
En México,
varios investigadores estiman que la Llorona, como personaje de la
mitología y de las leyendas mexicanas, tiene su origen en algunos seres o
deidades prehispánicas como Auicanime, entre los purépechas; Xonaxi Queculla, entre los zapotecos; la Cihuacóatl, entre los nahuas; y la Xtabay, entre los mayas lacandones Siempre se la identifica con el inframundo, el hambre, la muerte, el pecado y también la lujuria.3
En el caso de Xtabay (o Xtabal), esta diosa lacandona se identifica
como un espíritu malo en forma de hermosa mujer cuya espalda tiene forma
de árbol hueco. Al inducir a los hombres a abrazarla, los vuelve locos y
los mata. La diosa zapoteca Xonaxi Queculla, en tanto, es una deidad de
la muerte, del inframundo
y de la lujuria que aparece en algunas representaciones con los brazos
descarnados. Hermosa mujer, se aparece a los hombres, los enamora y los
seduce para después transformarse en esqueleto y llevarse el espíritu de
sus víctimas al inframundo. Auicanime era considerada entre los purépechas como la diosa del hambre (su nombre se puede traducir como la Sedienta o la Necesitada).
También era la diosa de las mujeres que morían al dar a luz en su
primer parto, las cuales, según la creencia, se volvían guerreras (mocihuaquetzaque), lo que las convertía en divinidades y, por ende, en objetos de adoración y ofrenda.4
Finalmente, Cihuacóatl, para los mexicas, era diosa de la tierra (Coatlicue), de la fertilidad y de los partos (Quilaztli), además de mujer guerrera (Yaocíhuatl) y madre (Tonantzin),
tanto de los aztecas como de sus mismos dioses. Mitad mujer y mitad
serpiente, la diosa que emerge, según la leyenda, de las aguas del lago de Texcoco para llorar a sus hijos (los aztecas) es el sexto presagio de la devastación de la cultura mexica a manos de los conquistadores venidos del mar.5 Cihuacóatl, en particular, muestra tres aspectos característicos: los gritos y lamentos por la noche; la presencia del agua pues tanto Aztlán como la gran Tenochtitlán
estaban cercados por ella —con lo que ambos sitios estaban conectados
por coincidencias no solo físicas, sino también míticas—; y ser la
patrona de las cihuateteo,
que de noche vocean y braman en el aire. Estas son las mujeres muertas
en parto que bajan a la tierra en ciertos días dedicados a ellas en el
calendario con el fin de espantar en las encrucijadas de los caminos y
que son fatales para los niños. Esta abundancia de diosas conectadas con
cultos fálicos
y de la vida sexual fue génesis no solo de la Llorona, sino también de
otros fantasmas femeninos que castigan a los hombres, como la Siguanaba, la Cegua o la Sucia.
A la presencia de estos antecedentes mitológicos entre los pueblos precolombinos de Mesoamérica se suma la contribución española para establecer el mito como tal. Es durante la colonia española en América cuando el mito de la Llorona toma forma.1
A la vez diosa y demonio, nadie, en la psique del mundo colonial, puede
resistir su aparición ni su llanto de ultratumba, ni siquiera los
conquistadores afincados en el valle de México,
quienes a causa del espanto incluso instituyeron un toque de queda a
las once de la noche, pues pasada esa hora comenzaban a escucharse los
gemidos aterradores de una mujer espectral por las calles de la ciudad de México.
Su visión garantiza la muerte o la locura (en similar forma a la de las
deidades prehispánicas antes descritas) para aquellos que intentan
averiguar el origen de aquel lastimero gemido. Para los colonos, la
diosa prehispánica toma la forma de una mujer de flotante vestido
blanco, con la cara cubierta por un vaporoso velo (que cubre el
aterrador rostro de la angustia), que cruza las empedradas callejuelas y
plazas de la ciudad lanzando un estremecedor grito de desesperanza y
derrota. La Llorona es también uno de los primeros signos del mestizaje, pues es durante este período cuando se identifica en México a este fantasmagórico personaje con doña Marina, la Malinche, que vuelve arrepentida a llorar su desgracia, su traición a su pueblo indígena y su relación con Hernán Cortés, como parte de la leyenda negra
de estos personajes. De aquí parecen venir muchas de las versiones que
señalan a la Llorona como la protagonista de una trágica historia de
amor y traición entre la mujer indígena (o mestiza o criolla) y su amante español, lo que finalmente la lleva al infanticidio
como una manifestación del deseo de castigar al hombre en la forma del
amante, en unas versiones, o del padre de la mujer, en otras, para lo
cual usa al niño como el instrumento de la venganza por ser este la
prueba de la deshonra, pero también, de alguna forma, como una manera de
castigarse a sí misma por su debilidad.1
Pero la creación e influencia del mito de la Llorona entre los
pueblos hispanoamericanos tiene también elementos de otras fuentes
mitológicas propias de las culturas aborígenes precolombinas diferentes
de las civilizaciones mesoamericanas. En Centroamérica, entre los bribris, pueblo indígena que ocupa la región de Talamanca, en la frontera entre Costa Rica y Panamá (zona de influencia del área intermedia entre Mesoamérico y las culturas sudamericanas), existen historias de ancestrales espíritus llamados «itsö»,
especie de genios con aspecto de mujer y cuerpo de gallina que habitan
en las grutas y en los cauces de los ríos y que lanzan lastimeros gritos
cuando un niño está a punto de morir, o bien que pierden a los niños en
los bosques cuando estos se alejan de sus padres. En el idioma bribri, la palabra 'itsö' significa tanto 'llorona' como 'tulevieja',
de allí que haya similitudes entre las leyendas que se cuentan en Costa
Rica y Panamá para estos dos fantasmas (básicamente una mujer que mata a
su hijo fruto de un embarazo no deseado y que por ello queda condenada a
vagar como un fantasma).6 7 Al ser una zona de transición entre Mesoamérica y Sudamérica, en las versiones de la leyenda de la Llorona en esta parte de Centroamérica se empiezan a observar algunos rasgos característicos que la diferencian de la versión mexicana. La Llorona en Mesoamérica
es, primeramente, una deidad primigenia vinculada al parto y a la vida
sexual que, por la influencia española, adquiere la forma de un espectro
castigador, en gran manera asociado a la ciudad, pero en el Suwoh
(la cosmogonía indígena transmitida por tradición oral entre los
bribri) es más bien un ser que se asocia a los montes oscuros y
enmarañados, los abismos de las montañas, las lluvias, los vientos
fuertes y las cataratas de los ríos, es decir, tiene una fuerte
vinculación con las fuerzas de la naturaleza y la vida rural, por lo que
el fantasma solamente puede ser visto (muchas veces únicamente oído su
lamento) cerca de masas de agua como ríos, lagos y cataratas,
generalmente en pueblos poco poblados, por lo que es un fantasma más
asociado al campo. Su función castigadora, además, se ve un poco más
atenuada que en la versión mexicana (aunque siempre presente, como en
algunas versiones de la Tulevieja o la Tepesa)
y limita al espectro a espantar con su llanto a los viandantes en lugar
de asesinarlos, aunque se refuerza otro aspecto quizá aún más
aterrador: el rapto de los niños, que puede observarse en variantes del
cuento de la Tulevieja en Costa Rica y Panamá, en las leyendas de los
duendes en Costa Rica y en algunas versiones de la leyenda de la Llorona
en Colombia.
En Sudamérica,
finalmente, existen algunas leyendas precolombinas que fueron asociadas
con la de la Llorona mexicana una vez establecido el dominio hispano
sobre el continente, pero que no tienen un origen común con esta, a
pesar de que existan aspectos muy similares. Pueden encontrarse trazos
similares en la leyenda del Ayaymama de la mitología amazónica peruana y en las leyendas guaraníes del Itá Guaymí, el Urutaú o el Guemi-cue. Destaca entre estas leyendas la historia de la Pucullén (del mapudungún 'külleñu', 'lágrimas', y 'pu': prefijo plural),8
perteneciente al folclor chileno. Mientras que la Llorona mesoamericana
es castigada por haber asesinado a sus hijos, los de la Pucullén han
sido raptados y asesinados por terceros, lo que convierte a esta en una
víctima inocente de la maldad ajena, por lo que llora eternamente.
Relacionada igualmente con la muerte, al igual que la Llorona
mesoamericana, la Pucullén es, más que un demonio castigador, una guía
para los que van a morir, a quienes ampara en su paso al más allá.
|
Lets Talk! Put your blog url, not email! No anonym or advertisement allowed here! Recommended : cbox.ws |